Simplus. (2004)

martes, 28 de agosto de 2007

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Tendida sobre el suelo, cargaba más peso del que acostumbraba. Se retorcía y contorsionaba. El dolor era ya insoportable. Deseó con ansias su muerte en lugar de aquel castigo. ¿Y él? Bueno, él causaba su tormento... la miraba y disfrutaba. Nunca la escuchó gritar y tampoco comprendió su dolor. Era sólo un juego para él. Su cuerpo ardía en el asfalto de aquella calurosa tarde.
Era ya la hora del almuerzo. Guardó su lupa, pisó a la hormiga y entró a su casa.

Delirio Anélido. (2004)

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Aquel frío monstruoso me despertó de súbito. Intenté levantarme, pero no pude, así como tampoco pude respirar o moverme en lo absoluto. Mis extremidades no reaccionaban. Comencé a arrastrarme por mi claustro de tierra. “Me enterraron vivo” pensé mientras buscaba una salida desesperadamente.
De a poco fui saliendo a la superficie para quemarme con el frío y darme cuenta de que no soy más que una lombriz que soñó con ser hombre.

Mediodía. (2004)

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A las 12:00 de la tarde la familia se unió. Entre sollozos enterramos a mi abuelo y esa misma tarde nos volvimos a separar.

El Gigante de Caraculiambro. (2004)

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Dio un par de vueltas más en su sillón giratorio de cuero y se detuvo. Se levantó y revisó su agenda un par de veces, antes de tragar –con algo de asco- los últimos sorbos de café y destrozar la colilla de su cigarro en el cenicero, tal como hacía desde que comenzó a fumar. Con maletín en mano dejó su oficina, cruzó el pasillo y se despidió de su secretaria. Bajó hasta el subterráneo y subió a su auto. Le dio contacto, prendió las luces y se marcho a casa.
Dejó su maletín en el suelo y se recostó sobre su cama por un momento, intentando buscar descanso y relajo al diario stress. Se sentó y comenzó a desvestirse: dejó la chaqueta de su terno y su corbata sobre su cama para luego colgarlos y botó su camisa al suelo. Se levantó y sus ojos brillaron con aquella fuerza con la que le brillan los ojos a un niño cuando tiene un juguete nuevo. Se lanzó sobre el suelo y de abajo de su cama sacó un antiquísimo baúl y lo desempolvó. Lo abrió lentamente mientras en su cara nacía una sonrisa de la nada. Hacía días que no sonreía. Suavemente y con delicadeza exagerada fue sacando su armadura. Estaba oxidada y el tiempo la había maltratado, y él, casi olvidado por completo.
Limpióla y cubrióse completamente de metal. Púsose el preciado yelmo de Mambrino ganado en batalla, y tras armarse de espada y lanza, dirijióse entonces a la entrada de su casa. Desamarró y montose en su famélico y fiel Rocinante, y junto a Sancho, emprendió una vez más, una aventura digna de continuas y memorables alabanzas a nuestro gallardo e ingenioso hidalgo en nombre de su amada...

20 Pisos de mi Vida. (2003)

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Caigo. El viento golpea mi cara con rudeza y la deforma. El suelo se acerca a mi, rápido, más rápido. Extiendo mis brazos como queriendo abrazar al aire. No tienen idea de la emoción que se siente al volar. Por primera vez en mi vida me siento libre, y el saber que cuando esto acabe mi cuerpo quedará destruido por el impacto y mis entrañas esparcidas y reventadas en la acera, me provoca un morbo placentero.
Soy un maldito escritor frustrado, frustrado por la maldición que corrompe mi alma, la cual no es otra sino la de ser escritor. ¿Un cuento con final triste es malo? ¿Acaso no es la vida tan triste? Vivimos, reímos, disfrutamos, sufrimos, lloramos, morimos. Todo es parte de la vida, entonces ¿Por qué negar una parte tan importante como la alegría, que es la tristeza? No es algo de lo que nos podamos zafar porque no nos guste. Pablo Neruda dijo "Puedo escribir los versos más tristes esta noche", y aunque no suene la gran cosa, es más difícil escribir algo triste que algo alegre. Es más difícil escribir mientras derramas lágrimas, contar tus problemas o los de otros que contar tus sueños. Pero es también más fácil escapar de los problemas, aunque sea por un momento, viviendo la experiencia de un personaje irreal, con una felicidad ficticia.
Quizás para mucha gente, los cuentos o películas las disfrutan cuando son felices, porque escapan a sus realidades, porque no son como sus vidas. Pero ¿Qué es la vida sino momentos felices opacados con la tristeza permanente? Sí, es eso, y es por eso que recordamos con lágrimas los momentos felices, porque son pocos.
Bueno y malo, resentido y agradecido, triste, funesto, vivo y muerto, ¡MUERTO! Eso podría definirlo todo... soy un escritor muerto que ve todo con sus ojos sin vida que descansan lejos de su cuerpo, como los del pobre Edipo, que fueron arrancados tras la vergüenza de la realidad. Pero mi realidad no es otra que la vergüenza misma, una tras otra, un cuento y otro, y mi maldito orgullo decae más y más hasta que llego a la cobardía de quitarme la vida. Pero mi vida ya no es vivible. Mis ojos que son libres y errantes, vagan sin destino, viendo las atrocidades de la vida. Aunque sólo verlas no es suficiente... hay que oírlas, olerlas, degustarlas y sentirlas para poder llegar a comprenderlas. Si supieran lo bella que es la muerte, si sintieran lo hermoso del dolor. Para esto los ojos no son suficientes, entonces quizás soy un esqueleto del que un bufón desprende su calavera y a la que luego el condenado Hamlet confiesa sus cuestionamientos. “¿Ser o no ser?” me delató una vez hace 500 años. ¿Existir o no existir? ¿Vale la pena vivir una vida de decepciones, en la que todo lo que podamos llegar a lograr, lo perderemos al momento de dejar este mundo? Pero ¿Qué se es si no se es?
Por primera vez en este corto trayecto hacia mi muerte siento miedo, miedo a no saber lo que será de mi. Sé que la gente que está abajo, absorbidas por la curiosidad y el morbo se acercarán a mi cuerpo a observar. Sé que al caer mis restos serán envueltos en un sudario, y que nadie llorará por mi. Pero no logro imaginarme qué será de mi alma, qué será de mi esencia. La caída es ya inminente, y no queda más que resignarme.
No estoy seguro de si alguna vez quise esto. Sólo quería desaparecer. Dejar todo de lado y marcharme a algún lugar donde pudiera estar solo y descansar de todo lo bueno y malo de este mundo, sólo estar conmigo mismo, reencontrarme con mis emociones y sentimientos perdidos en el olvido, sentimientos que fueron devorados por mi putrefacción. Poder alejarme de la maldita superficialidad con la que tenía que lidiar día a día. No ver ninguna cara que pudiera traerme algún tipo de recuerdo. Quería simplemente volver a ser yo mismo, el yo que nunca fui y que siempre intenté ser. Recuperar mi capacidad para llorar y poder desahogarme con una lágrima. Contentarme nuevamente con ver las cosas más simples. Ya no recuerdo cuando fue la última vez que un amanecer me alegró, o que me vi intrigado por la infinidad de estrellas, ni siquiera recuerdo si es que alguna vez estuve tumbado de espaldas intentando descifrar figuras en las nubes. Quería dejar de contentarme pensando que hay mucha gente con situaciones terribles, y que mis problemas al lado de los de ellos no son nada. Quería, aunque fuese por un momento, lograr sentirme bien conmigo mismo y por mi mismo. Viví cada día la misma rutina. Vi a las mismas personas, con los mimos comentarios de siempre. No aguantaba más la peste de esas condenadas vidas que se quejaban después de haber recibido todo en la vida sin un mínimo esfuerzo, vidas en las que la mía estaba incluida. Quería saber nadar en esta vida que terminó por ahogarme y dejar de ser arrastrado por las olas de problemas y existencialismos agobiantes. Quería simplemente que mis cuentos fueran vistos como algo más que un cuento triste.
Todo es tarde ya. Recojo mis brazos y por primera vez en mucho tiempo recibo un abrazo de comprensión. Mi cuerpo sonriente golpea el suelo y sobre mi caen un par de lágrimas derramadas ante el magnífico crepúsculo.

Realidad. (2003)

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Estaba sentado en la solera a pocas calles de su casa. Sus delgadas y lampiñas piernas, de rodillas sucias y heridas, apoyaban a sus brazos, los que a su vez sujetaban su cabeza en un gesto de melancolía. La descuidada ciudad, vestida en tonalidades de gris, casi siempre cubierta por nubes y completamente enlodada, había sido bañada y aseada por unos rayos de sol, dejando una sensación de paz y alegría. Pero a diferencia de otros cuentos, la gente no celebró ni rió, no tenían razón para hacerlo. Sus mentes volaban en preocupaciones constantes y no lograban percatarse de lo diferente del día. Algunas personas lloraban encerradas en sus casas, lamentando la maldita suerte que les había tocado vivir. Otros lo habían aceptado y vivían ya sin lágrimas la amargura diaria. Sólo los más pequeños jugaban.
Para él ese día era distinto. En la oscuridad de la ciudad, un par de nubes teñidas de rojo por aquellos rayos de sol, daban un toque de vida que no solía darse por aquellos olvidados lugares. Al igual que todos, y a pesar de sus 12 años, su mente no estaba libre de complicaciones, pero esa diferencia en el día parecía señalarle que no debía ser como cualquiera. Sentado ahí con su soledad, comenzó a jugar con sus piernas y las empezó a mirar. “Uno... dos... tres... cuatro”- Contó, mientras su pequeño y sucio dedo tocaba sus moretones. Puso su mano en su espalda y sintió las magulladuras del cinturón de su padre. “Hoy le confesaré a mi padre que sus golpes no me alejarán de él.”- Pensó mientras sus consumidas mejillas eran recorridas por un par de gotas saladas.
La pobreza de su población limitaba las actividades. Los sábados y domingos se jugaban las usuales “pichangas” entre los distintos barrios. Los que no participaban, simplemente se dedicaban al alcohol o a la droga. Su padre no formaba parte del plantel.
Cada día, después de que amarraban la chata en el muelle y llevaban la pesca al jefe, iba con sus amigos a la botillería de la esquina, y volvía a casa con la angustiosa verdad viva en su corazón. Se descargaba con su hijo.
Su madre, ya desquiciada por los problemas matrimoniales y económicos, solía perder el juicio y hacía uso de agresiones verbales repetitivas de menosprecios hacia su hijo para crear en su mente una justificación y un culpable en las dificultades de su vida. No era que no lo quisiera, en realidad, su hijo era la única razón por la que ella seguía viviendo, pero para ella, culparlo era la única forma en la que podía lograr un alivio en su habitual malestar.
Su vista se clavó una vez más en aquellas nubes que ahora estaban pintadas de un anaranjado intenso. El color de su sangre era el único color penetrante que había visto en su vida. Se quedó pasmado mirando aquella fiesta de hermosura en el cielo.
“Hoy le diré a mis papás que lamento todo lo que les he causado.”- Murmuró mientras sus ojos seguían incrustados en el firmamento. –“Hoy les diré que me arrepiento de todo lo malo que he hecho, porque ya entendí que de alguna forma, la culpa es mía. Hoy les diré lo mucho que los quiero”.
Una mano tocó su cabeza. Miró por sobre su hombro y vio una silueta lánguida y gastada, un poco más alta que él, de cara sucia y ojos desorbitados. La sombra sacó una caja de pegamento de esos cafés hechos a base de tolueno y policloroprenos en solventes y le hizo una seña de que lo siguiera. Titubeó un momento y miró al cielo. Las nubes seguían ahí. Puso sus esqueléticos brazos en la solera y levantó su demacrado cuerpo. Caminó junto a su amigo un par de calles y antes de sacar una bolsa de su bolsillo, farfulló “Mañana”, mientras las nubes perdían su color y volvían al gris de siempre.

A Ojos Abiertos. (2002)

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Cuando abro los ojos me doy cuenta de que la gente que creía conocer es totalmente diferente a lo que yo pensaba. Gente que cambia para mejor o peor, bajo mis narices, sin yo poder entender por que. Me siento excluido, no me reflejo en nadie y nadie en mi. Siento como si sobrara. Me siento muerto por dentro. Mientras observo esto en la casa de un amigo, recorro la ciudad. Por alguna razón me decido a entrar a un cementerio mientras los conocidos que me rodean no me toman en cuenta, sólo soy un borracho más para ellos. A medida que oscurece, el cementerio se ve más lúgubre. Estoy rodeado por muertos, pero sin embargo, algo que guarda cuerpos muertos como un cementerio, está cubierto por belleza. Árboles y arbustos crean caminos que guían a distintas lápidas. Me acerco sin razón a una de ellas, igual a todas, simple, humilde. En ella está escrita mi nombre.
Alguien me mueve y me pregunta si estoy bien, le respondo que sólo estoy viajando. Me dejan tranquilo y escucho a lo lejos que para ellos sólo soy un borracho demente. Cincelado con delicadeza, mi nombre aparecía escrito en la piedra. Había fallecido pero sigo vivo. Malditos sean aquellos cuerpos desnudos y sin alma que me rodean, cuerpos fallecidos cubiertos por la belleza de los árboles. Gente muerta pero que sigue viviendo y gente viva pero que ya ha muerto.
Vivir y morir. No se puede tener uno sin tener lo otro. Para algunos la muerte es el precio que hay que pagar por vivir, pero para otros, es la vida el precio que tiene la muerte. Tantas veces he deseado morir que olvide en que momento lo hice. Me arrodillo ante mi tumba y trato de borrar mi nombre, pero las cinceladas son demasiado profundas. Son marcas eternas, marcas de por vida y de por muerte. Ya estoy muerto, pero sigo vivo. Soy un dañino cuerpo sin vida que vaga entre los vivos. Todos ellos vivos que ya han muerto. Somos pocos los muertos que seguimos vivos, el resto son todos vivos muertos por dentro. Nocivos entes de putrefacción interna, incapaces de soportar su propia vida, por lo que instintivamente se asesinaron. Ninguno es mejor que otro.
No es una verdad oculta, sólo invisible a ojos inconscientes. Aquellos ojos que pueden ver pero se cierran. Ojos cuyos pestañeos duran vidas y muertes... Muertes que duran vidas, y vidas que duran pestañeos.
No es más larga la muerte que la vida. Pero nadie alcanza a vivir lo suficiente para entenderlo. Y es también la muerte demasiado corta para entender algo incomprensible a mentes ya muertas.
He sido olvidado por el olvido. No existe recuerdo alguno de mi. Es como si yo no fuera nadie. Recuerdo cuando... no, yo tampoco recuerdo. ¿Quién soy? O quizás ¿qué soy? No logro distinguir nada en esta espesa oscuridad. Tampoco logro moverme, el ataúd es demasiado estrecho. Oigo pasos sobre mi, “¿Quién es?”. “Soy tú” me responden.
Veo por la ventana como las hojas ya muertas bailan con el viento su réquiem al compás de las gotas de angustia y malestar que caen de las nubes, hinchadas con soledad. Recuerdo haber descrito este espectáculo como “Hermoso”, pero ahora lo encuentro muerto, de una tristeza sin medida. La lluvia se tiñe de sangre en mis ojos, y las nubes ya no son nubes, son mi cuerpo pudriéndose por dentro que me impide encontrar la belleza en las cosas. Cada hoja es un pedazo de mi alma rota. Cada gota una lágrima sufrida. Estoy muerto por dentro.
Me levanto y corro al baño y vomito. Y vomito como intentando sacar al muerto que hay en mi. Como intentar volver a la vida eliminando mi putrefacción.
Hoy me siento mas muerto que nunca. Creí ser superior a mucha gente, y he caído mas bajo que ellos. He traicionado a la confianza, he traicionado a la amistad, pero por sobre todo he traicionado a la soledad, la única que ha estado cuando no hay nadie, cuando estoy solo. La única que sabe que cuando quiero estar solo, es cuando más necesito estar con alguien. He robado de la forma más vil y sin justificación algo que no era mío, algo que tenía dueño, por mera codicia, celos y ambición. Creí ser de los que piensan y luego actúan, pero me equivoqué. El remordimiento me corroe por haber provocado un caos en un alma inocente... dos almas inocentes. Ahora la soledad me acosa, me molesta, se mofa de mi, me acompaña para burlarse sin arrepentimiento de mi conciencia. Llevo una carga que nunca creí merecer, pero el peso que merezco es mayor.
Hoy me siento más muerto que nunca. Siento como los gusanos me comen por dentro, como se pelean por sacar el pedazo mas grande. Me muerden y me devoran. Pero a la vez soy uno de ellos, soy una larva*. Siento como las moscas perforan mi piel y se alimentan. Pero a la vez soy uno de ellos, una molestia impertinente. No, hoy no me siento más muerto... hoy comienzo a descomponerme.
Mi sangre hierve y mi cuerpo cae buscando el frío en la tierra. Siento como mi putrefacción interna se hace externa, como mi infección se expande y apaga de a poco la pequeña llama de vida que me restaba. Quisiera poder cerrar los ojos a esta verdad que me mata, pero no me arrepiento de morir con los ojos abiertos, siendo capaz de ver todo tal cual es, tras las gruesas máscaras de aquellos cementerios cubiertos por la belleza de los árboles.

* Insecto joven antes de pasar por un estado pupal para convertirse en adulto. Término usado para los paganos que morían trágicamente o sin sepultura.