A Ojos Abiertos. (2002)

martes, 28 de agosto de 2007

Cuando abro los ojos me doy cuenta de que la gente que creía conocer es totalmente diferente a lo que yo pensaba. Gente que cambia para mejor o peor, bajo mis narices, sin yo poder entender por que. Me siento excluido, no me reflejo en nadie y nadie en mi. Siento como si sobrara. Me siento muerto por dentro. Mientras observo esto en la casa de un amigo, recorro la ciudad. Por alguna razón me decido a entrar a un cementerio mientras los conocidos que me rodean no me toman en cuenta, sólo soy un borracho más para ellos. A medida que oscurece, el cementerio se ve más lúgubre. Estoy rodeado por muertos, pero sin embargo, algo que guarda cuerpos muertos como un cementerio, está cubierto por belleza. Árboles y arbustos crean caminos que guían a distintas lápidas. Me acerco sin razón a una de ellas, igual a todas, simple, humilde. En ella está escrita mi nombre.
Alguien me mueve y me pregunta si estoy bien, le respondo que sólo estoy viajando. Me dejan tranquilo y escucho a lo lejos que para ellos sólo soy un borracho demente. Cincelado con delicadeza, mi nombre aparecía escrito en la piedra. Había fallecido pero sigo vivo. Malditos sean aquellos cuerpos desnudos y sin alma que me rodean, cuerpos fallecidos cubiertos por la belleza de los árboles. Gente muerta pero que sigue viviendo y gente viva pero que ya ha muerto.
Vivir y morir. No se puede tener uno sin tener lo otro. Para algunos la muerte es el precio que hay que pagar por vivir, pero para otros, es la vida el precio que tiene la muerte. Tantas veces he deseado morir que olvide en que momento lo hice. Me arrodillo ante mi tumba y trato de borrar mi nombre, pero las cinceladas son demasiado profundas. Son marcas eternas, marcas de por vida y de por muerte. Ya estoy muerto, pero sigo vivo. Soy un dañino cuerpo sin vida que vaga entre los vivos. Todos ellos vivos que ya han muerto. Somos pocos los muertos que seguimos vivos, el resto son todos vivos muertos por dentro. Nocivos entes de putrefacción interna, incapaces de soportar su propia vida, por lo que instintivamente se asesinaron. Ninguno es mejor que otro.
No es una verdad oculta, sólo invisible a ojos inconscientes. Aquellos ojos que pueden ver pero se cierran. Ojos cuyos pestañeos duran vidas y muertes... Muertes que duran vidas, y vidas que duran pestañeos.
No es más larga la muerte que la vida. Pero nadie alcanza a vivir lo suficiente para entenderlo. Y es también la muerte demasiado corta para entender algo incomprensible a mentes ya muertas.
He sido olvidado por el olvido. No existe recuerdo alguno de mi. Es como si yo no fuera nadie. Recuerdo cuando... no, yo tampoco recuerdo. ¿Quién soy? O quizás ¿qué soy? No logro distinguir nada en esta espesa oscuridad. Tampoco logro moverme, el ataúd es demasiado estrecho. Oigo pasos sobre mi, “¿Quién es?”. “Soy tú” me responden.
Veo por la ventana como las hojas ya muertas bailan con el viento su réquiem al compás de las gotas de angustia y malestar que caen de las nubes, hinchadas con soledad. Recuerdo haber descrito este espectáculo como “Hermoso”, pero ahora lo encuentro muerto, de una tristeza sin medida. La lluvia se tiñe de sangre en mis ojos, y las nubes ya no son nubes, son mi cuerpo pudriéndose por dentro que me impide encontrar la belleza en las cosas. Cada hoja es un pedazo de mi alma rota. Cada gota una lágrima sufrida. Estoy muerto por dentro.
Me levanto y corro al baño y vomito. Y vomito como intentando sacar al muerto que hay en mi. Como intentar volver a la vida eliminando mi putrefacción.
Hoy me siento mas muerto que nunca. Creí ser superior a mucha gente, y he caído mas bajo que ellos. He traicionado a la confianza, he traicionado a la amistad, pero por sobre todo he traicionado a la soledad, la única que ha estado cuando no hay nadie, cuando estoy solo. La única que sabe que cuando quiero estar solo, es cuando más necesito estar con alguien. He robado de la forma más vil y sin justificación algo que no era mío, algo que tenía dueño, por mera codicia, celos y ambición. Creí ser de los que piensan y luego actúan, pero me equivoqué. El remordimiento me corroe por haber provocado un caos en un alma inocente... dos almas inocentes. Ahora la soledad me acosa, me molesta, se mofa de mi, me acompaña para burlarse sin arrepentimiento de mi conciencia. Llevo una carga que nunca creí merecer, pero el peso que merezco es mayor.
Hoy me siento más muerto que nunca. Siento como los gusanos me comen por dentro, como se pelean por sacar el pedazo mas grande. Me muerden y me devoran. Pero a la vez soy uno de ellos, soy una larva*. Siento como las moscas perforan mi piel y se alimentan. Pero a la vez soy uno de ellos, una molestia impertinente. No, hoy no me siento más muerto... hoy comienzo a descomponerme.
Mi sangre hierve y mi cuerpo cae buscando el frío en la tierra. Siento como mi putrefacción interna se hace externa, como mi infección se expande y apaga de a poco la pequeña llama de vida que me restaba. Quisiera poder cerrar los ojos a esta verdad que me mata, pero no me arrepiento de morir con los ojos abiertos, siendo capaz de ver todo tal cual es, tras las gruesas máscaras de aquellos cementerios cubiertos por la belleza de los árboles.

* Insecto joven antes de pasar por un estado pupal para convertirse en adulto. Término usado para los paganos que morían trágicamente o sin sepultura.

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