Realidad. (2003)

martes, 28 de agosto de 2007

Estaba sentado en la solera a pocas calles de su casa. Sus delgadas y lampiñas piernas, de rodillas sucias y heridas, apoyaban a sus brazos, los que a su vez sujetaban su cabeza en un gesto de melancolía. La descuidada ciudad, vestida en tonalidades de gris, casi siempre cubierta por nubes y completamente enlodada, había sido bañada y aseada por unos rayos de sol, dejando una sensación de paz y alegría. Pero a diferencia de otros cuentos, la gente no celebró ni rió, no tenían razón para hacerlo. Sus mentes volaban en preocupaciones constantes y no lograban percatarse de lo diferente del día. Algunas personas lloraban encerradas en sus casas, lamentando la maldita suerte que les había tocado vivir. Otros lo habían aceptado y vivían ya sin lágrimas la amargura diaria. Sólo los más pequeños jugaban.
Para él ese día era distinto. En la oscuridad de la ciudad, un par de nubes teñidas de rojo por aquellos rayos de sol, daban un toque de vida que no solía darse por aquellos olvidados lugares. Al igual que todos, y a pesar de sus 12 años, su mente no estaba libre de complicaciones, pero esa diferencia en el día parecía señalarle que no debía ser como cualquiera. Sentado ahí con su soledad, comenzó a jugar con sus piernas y las empezó a mirar. “Uno... dos... tres... cuatro”- Contó, mientras su pequeño y sucio dedo tocaba sus moretones. Puso su mano en su espalda y sintió las magulladuras del cinturón de su padre. “Hoy le confesaré a mi padre que sus golpes no me alejarán de él.”- Pensó mientras sus consumidas mejillas eran recorridas por un par de gotas saladas.
La pobreza de su población limitaba las actividades. Los sábados y domingos se jugaban las usuales “pichangas” entre los distintos barrios. Los que no participaban, simplemente se dedicaban al alcohol o a la droga. Su padre no formaba parte del plantel.
Cada día, después de que amarraban la chata en el muelle y llevaban la pesca al jefe, iba con sus amigos a la botillería de la esquina, y volvía a casa con la angustiosa verdad viva en su corazón. Se descargaba con su hijo.
Su madre, ya desquiciada por los problemas matrimoniales y económicos, solía perder el juicio y hacía uso de agresiones verbales repetitivas de menosprecios hacia su hijo para crear en su mente una justificación y un culpable en las dificultades de su vida. No era que no lo quisiera, en realidad, su hijo era la única razón por la que ella seguía viviendo, pero para ella, culparlo era la única forma en la que podía lograr un alivio en su habitual malestar.
Su vista se clavó una vez más en aquellas nubes que ahora estaban pintadas de un anaranjado intenso. El color de su sangre era el único color penetrante que había visto en su vida. Se quedó pasmado mirando aquella fiesta de hermosura en el cielo.
“Hoy le diré a mis papás que lamento todo lo que les he causado.”- Murmuró mientras sus ojos seguían incrustados en el firmamento. –“Hoy les diré que me arrepiento de todo lo malo que he hecho, porque ya entendí que de alguna forma, la culpa es mía. Hoy les diré lo mucho que los quiero”.
Una mano tocó su cabeza. Miró por sobre su hombro y vio una silueta lánguida y gastada, un poco más alta que él, de cara sucia y ojos desorbitados. La sombra sacó una caja de pegamento de esos cafés hechos a base de tolueno y policloroprenos en solventes y le hizo una seña de que lo siguiera. Titubeó un momento y miró al cielo. Las nubes seguían ahí. Puso sus esqueléticos brazos en la solera y levantó su demacrado cuerpo. Caminó junto a su amigo un par de calles y antes de sacar una bolsa de su bolsillo, farfulló “Mañana”, mientras las nubes perdían su color y volvían al gris de siempre.

1 comentario:

M. Consuelo Martínez dijo...

Insisto, este es el mejor de todos a mi juicio.
Arregla tu blog, va por buen camino.
saludos.