El Gigante de Caraculiambro. (2004)

martes, 28 de agosto de 2007

Dio un par de vueltas más en su sillón giratorio de cuero y se detuvo. Se levantó y revisó su agenda un par de veces, antes de tragar –con algo de asco- los últimos sorbos de café y destrozar la colilla de su cigarro en el cenicero, tal como hacía desde que comenzó a fumar. Con maletín en mano dejó su oficina, cruzó el pasillo y se despidió de su secretaria. Bajó hasta el subterráneo y subió a su auto. Le dio contacto, prendió las luces y se marcho a casa.
Dejó su maletín en el suelo y se recostó sobre su cama por un momento, intentando buscar descanso y relajo al diario stress. Se sentó y comenzó a desvestirse: dejó la chaqueta de su terno y su corbata sobre su cama para luego colgarlos y botó su camisa al suelo. Se levantó y sus ojos brillaron con aquella fuerza con la que le brillan los ojos a un niño cuando tiene un juguete nuevo. Se lanzó sobre el suelo y de abajo de su cama sacó un antiquísimo baúl y lo desempolvó. Lo abrió lentamente mientras en su cara nacía una sonrisa de la nada. Hacía días que no sonreía. Suavemente y con delicadeza exagerada fue sacando su armadura. Estaba oxidada y el tiempo la había maltratado, y él, casi olvidado por completo.
Limpióla y cubrióse completamente de metal. Púsose el preciado yelmo de Mambrino ganado en batalla, y tras armarse de espada y lanza, dirijióse entonces a la entrada de su casa. Desamarró y montose en su famélico y fiel Rocinante, y junto a Sancho, emprendió una vez más, una aventura digna de continuas y memorables alabanzas a nuestro gallardo e ingenioso hidalgo en nombre de su amada...

No hay comentarios: